Sobre los libros, en las paredes, bajos los mangos, entre los frascos,
hay cadáveres. “Mataba para no matarme”, y se mató. El león está sobre
la mesa. La gacela en la pared. El búfalo en un clavo. La casa es como
el hombre que la habita. Si hay cadáveres a tu alrededor, es porque
matas, o porque te gusta el olor a muerte. La casa es lo que quieres
ver. Lo que quieres oír. Lo que quieres recordar. Hay balas en tu
escritorio, armas en tu repisa. Hay uniformes y botas en tu guardarropa.
Cuchillos y bayonetas en tu despacho. Así que recordabas eso: la
guerra. Hay fotos de matrimonio y de fiestas; entonces recuerdas que
también has amado, o que alguna vez te amaron. Hay libros y revistas por
doquier. ¿Qué significa? ¿Que estabas atento al mundo? ¿Y no te
aislaste porque lo despreciabas?
Finca vigía esta situada en una colina bajo mangos y palmeras y ceibas
en los alrededores de San Francisco de Paula, a 40 minutos del centro de
La Habana. Tiene tanto aire y sol que invita a tomar daikirís en su
enramada. La entrada cuesta 5 cuc (5 dólares, aproximado) para
extranjeros. Son tres naves cruzadas por corredores en forma de grapa.
El piso es de baldosas pulidas y amarillas. Los libros están diseminados
en todas las habitaciones y perfectamente alineados, pero en la
distancia no se alcanza a leer ni adivinar sus lomos para saber a
quiénes leía el escritor. Los anaqueles varían de formas según el
espacio: los de la oficina y el estudio son estanterías llenas del
libros hasta el techo; los de la sala y la habitación de huéspedes
apenas alcanzan la altura de la cintura; los de los dormitorios y el
baño, angulares, de dos alas, para ocupar las esquinas y los espacios
muertos.
Hay, a la entrada de la casa, un revistero donde destacan ejemplares de
Time, Life, Atlantic y otras publicaciones de los años 50s. Las
miniaturas de animales talladas en madera y las testuz y cornamentas de
los safaris por África son los habitantes de la mansión. La curiosidad
más extraña son los embriones de iguana conservados en alcohol en una
repisa del baño. Unas cifras escritas tras una puerta bien pueden ser
los conteos de páginas escritas al día, o el control de peso que
llevaba, como todo hombre atlético con ínfulas de deportista.
Entre el estudio y la habitación de huéspedes hay un pequeño cuarto a
modo de closet donde permanecen en hilera los zapatos, las botas y la
casaca de corresponsal de guerra. Sobre la mesa curva del estudio hay
tirabuzones, navajas, cortapisas y grapadoras, balas de varios calibres.
En las paredes aun se conservan posters promocionales de corridas de
toros, boxeo y bocetos de Picasso y de Matisse.
La torre de Finca Vigía conserva la máquina de escribir y el telescopio
desde donde el escritor vigilaba su bote en la bahía. Una poltrona
reclinable de verde mango y un anaquel de diccionarios son la dotación
del lugar donde solía escribir de pie.
Pido a la vigilante de la torre que por favor tome una fotografía desde
dentro para mí. Toma la cámara con desconfianza y hace la foto subjetiva
del telescopio que apunta a la bahía mientras trato de esconderme.
Después revisaré y veré mi pie derecho que asoma en el umbral. Le pido
ahora que fotografíe también para mí la carta manuscrita y el cartapacio
sobre la mesa. La vigilante me interroga, al enterarse por boca ajena,
de que soy de Colombia y que escribo novelas. Quiere saber si escribo
literatura infantil. Le digo que más bien novela para escandalizar
adultos. Dice que le gusta leer, y que compra libros a sus hijos, cuando
puede, porque la literatura infantil es más costosa que la de adultos.
Aprovecho para preguntar si desde su perspectiva los libros cubanos son
económicos, porque a mí me parecieron los más baratos del mundo. Me da
el valor de su salario, y con solo hacer el cálculo descubro que dos
libros para un empleado en Cuba son casi el 10% de su salario, los más
costosos del mundo. Le pregunto si hay fantasmas residentes. Ríe. Dice
que allí sólo asustan los turistas que quieren romper las cintas de
seguridad. Pregunta si me ha gustado la casa. No lo sé: reviso en
derredor y siento que todo está lleno de cadáveres. Recuerdo que su
morador alguna vez dijo que un cuento hecho era un león muerto. Una casa
llena de leones muertos y de libros hechos parece una tautología.
Le contesto con una evasiva: que me había prometido ir a ver la casa de
ese autor admirado si alguna vez pisaba Cuba, pero lamento que no se
pueda ingresar en ella al menos para ver los libros y las fotografías
familiares para tener una idea más amplia de sus afinidades. Entonces
ella se sorprende y señala la nueva andanada de turistas rubios que se
acercan a la torre, y pregunta: ¿Será que todos ellos también son
escritores?
Sería un horror, pienso, pero también quisiera saberlo. Ya se aproxima
el safari. Percibo que hablan francés y alemán. El guía les comenta
anécdotas en Inglés. Un turista le dice a otro, en español, que el libro
que más le gusta de Hemingway es El Paciente Inglés. El guía dice que
debe ser uno de sus últimos libros, porque no lo conoce…
La casa donde estuvo Sartre y Simone. La casa donde estuvo Marlene
Dietrich y Lillian Ross. La casa donde escribió Hemingway la mayor parte
de su obra. La casa donde enloqueció. Donde enterró a sus gatos. Donde
guardó sus trofeos. La casa de un escritor que pagó el refugio con los
derechos de El viejo y el mar. La casa que te sirve para escribir y
vivir y que un día se convierte en santuario de peregrinación hasta para
aquellos que nunca han leído tus obras. Vine a verla para ver tu luz,
para oler tu aire y para ojear tus libros. Pero sólo lo pude hacer desde
las ventanas y las puertas deslindadas por prescinto. Hubiera querido
ir a ver la medalla del Nobel que donaste a la iglesia de San Francisco
de Paula, o a ver tu estatua en La bodeguita del Medio, pero desistí:
habría sido más que una feligresía, un acto de amor. Y tú nos enseñaste
que los escritores no se enamoran de los escritores, porque lo que
importa es la obra. Comí un mango de tu jardín. De un árbol que tal vez
sembraste. Era pequeño, el mango y estaba verde. Una mordida fue
suficiente. Tenía jugo y era ácido. Entonces recordé por qué te habías
quedado en esta finca: “porque aquí tengo 17 variedades de mangos. Y los
amigos están demasiado lejos para interrumpir y a una hora tienes un
mar donde se puede pescar todo el año”.
¿Qué es todo lo que necesita un escritor para escribir?
Silencio, tiempo libre, mangos, daikirís, recuerdos, horario, disciplina.
sábado, 25 de febrero de 2012
Finca Vigía, casa de Hemingway
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4 comentarios:
Segun mi punto de vista y de acuerdo con lecturas al respecto, Hemingway no enloqueció, mas bien sufría de un problema mental, en el cual la persona que lo padece es igual a cualquiera que no la tenga la mayor parte del tiempo, pero que cuando se tienen crisis, puede la persona parecer loca o actuar impulsivamente (llamese hacer locuras) como de pronto suicidarse.
Yo por mi parte parece que tambien la padezco y he escrito algo sobre Hemingway y su posible problema mental ver: http://unbipolarmas.blogspot.com/2011/07/bipolares-famosos-un-premio-nobel.html.
Es un post que escribí al respecto, soy aficionado a escribir pero no dedico mucho tiempo, por lo que creo que no soy muy bueno para ello.
Me gustaría que criticaras este post con tu acidez
Hay fronteras, pero ¿quién las traza? ¿Cuál es la distancia entre simple locura (genérica) sicosis, bipolaridad etc.? Los tratamientos clínicos se amparan en diagnósticos y seguimientos y patrones. La distancia entre la locura y la bipolaridad es actual. Hemingway, y la Woolf, que llevaban un endriago dentro, no hallaron nombre para ello. Es fácil diagnosticarlos hoy. Sin embargo, aplicar las categorías del futuro hacia el pasado es anacrónico. ¿Sabías que a Hemingway le practicaron una trepanación? Con lo que perdió la facultad de leer. Creo que lo leí en Norberto Fuentes. De ser así, el disparo final, con las partículas de materia gris echadas fuera parece una gran metáfora. Tengo varios amigos con el mismo diagnóstico. No sé cómo ayudarlos. Creo que no se puede.
un blog muy verde.
Saludos
Tienes razón cuando hablas que aplicar las categorías del presente y futuro hacia el pasado es anacrónico, opino que hemos evolucionado al respecto, antes una persona estaba endemoniada, luego paso a ser un loco y ahora es una persona afectada por un trastorno de la mente causado por desbalances orgánicos, pero en esencia es lo mismo.
El símil a lo que pasaba antes que la gente antes moría de repente, ---¿como?
le preguntaba yo a los mayores,
-si, de repente,
-¿Pero de que enfermedad?
- de repente me repetían y no se tenían mas explicaciones.
No estaba catalogada la enfermedad, ahora se muere de un ataque al corazón, de una embolia pulmonar, de un aneurisma pero en conclusión viene a ser lo mismo que de repente.
Respecto a lo de la trepanación apenas lo escucho, voy a buscar al respecto, si he encontrado que se le aplicó una terapia electroconvulsiva muy agresiva que lo dejo sin recuerdos y que en vez de aliviarlo lo afectó mas porque ¿que es un escritor sin recuerdos?
Gracias por leerme.
Encontré que en varias oportunidades sufrió de traumas en la cabeza por cuestiones de su vida azarosa, lo de la trepanación mas bien fue como decimos en Colombia que se descalabró jugando pelota vasca y tuvieron que tratarlo retirándole pedazos de hueso del cráneo y tuvieron que cogerle unos puntos, pero sin consecuencias internas.
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